domingo, 12 de septiembre de 2010

Collins & Washington Miami IV









De los tres hermanos Ovidio, el más tonto era sin duda el gordo. Se subieron al avión de las cinco de la tarde con rumbo a Miami, pensando que era un paseo como cualquier otro. Pero cuando llegaron a migraciones el gordo habló de mas y eso les valió quedarse en el aeropuerto cuatro horas más de la cuenta, mientras los de la migra tomaban la decisión de deportarlos o no. Finalmente la simpatía de Milito Oviedo los habilitó para volver, le habló en un inglés casi perfecto al oficial y le explicó que lo que había dicho el gordo era una tontería. Que nada de trabajo en Miami, que estaban ahí de vacaciones y que en diez días pegaban la vuelta, que dinero llevaban de sobra, más una tarjeta de crédito cada uno.

El gordo también se equivocó cuando en el parador de la cuatro le dijo a Almirano que le tenía alergia a los helados. Y cuando Ricki le preguntó por su hermana y le dijo que había traicionado a unos aprendices de narcos argentinos. Milito y Cacho Oviedo eran bastante hábiles para salir de todas esas metidas de pata, pero también se hartaban del gordo y lo que tenían ganas por ahí es de enterrarlo y que se dejara de hablar pelotudeces.

Las primeras semanas en Miami, a pesar de lo duro que se lo hacía el gordo, que no vendía ni un helado y se la pasaba roncando en la arena, Milito y Cacho ya habían arreglado con Pacheco, Maltodano y el Culebra para quedarse en la pensión de la Collins. Así se completaba el grupo de seis cordobeses que compartían la pasión por el futbol, la comida rápida y las minitas latinas de Miami. Todos habían podido levantar algo, salvo el gordo y el culebra por supuesto.

Los Ovidio eran los que organizaban las fiestas. La hermana de Ricki se disfrazaba de Shakira y hacía play back. Milito y Cacho funcionaban bien como equipo. Eran entradores y se encargaban de colectar especímenes en el zoológico que era la playa y la Washington AVenue. Así aparecían toda clase de personajes en las fiestas que se hacían cada día en un habitáculo de 40 metros cuadrados donde convivían los seis cordobeses.

Los colombianos coparon un poco el ambiente, tenían mucho espíritu festivo y siempre estaban reclutando gente para su negocio. Ricki era por supuesto el principal espécimen del ganado colombiano y puso la mira en el gordo Ovidio para usarlo de alguna manera. Le pareció un elemento extraordinario para alguna cohartada vinculada a un agente local que no le perdía el rastro. Aparentemente la playa estaba infestada de agentes de la DEA y la virtud elocuente del gordo serviría para que esta gente por lo menos se acercase y se pudiese develar su identidad sin derramar demasiada sangre. No es que a Ricki le importara mucho que corriera sangre, pero era indispensable despistar tanto a los de la DEA como a los de la banda del Sable Blanco, unos hondureños que tenían aspiraciones de orientales y que se la habían jurado a los de Pablito.

La estrategia no tardó en dar resultados. Ricki le habló al gordo Ovidio seguido sobre su actividad en el mundo del tráfico y le contó detalles de sus viajes a Bogotá y California. Le dijo que invitara a gente a las fiestas. El gordo, personaje impopular si los había, estaba encantado de tener con quien conversar y de tener con quien hablar en la playa, sobre todo con un tema en concreto para compartir.

Empezaron a llegar personajes desencajados a las fiestas en la pensión de la Collins, policías disfrazados, agentes de incógnito, espías encubiertos. Entonces el Ricki ideo la estrategia de involucrarlos a todos en cuatro o cinco operaciones fantasmas una vez que se terminara la temporada de ventas de helados. Enganchar los reclutas desde el puesto de helados de Almirano era ideal. Llegaban dispuestos a vender helados y al cabo de un tiempo se quedaban secos. Luego había que meterlos en el negocio y generar operaciones fantasmas que no llevaran a los sabuesos a ningún sitio.

La cosa no se podía sostener por mucho tiempo, pero podría funcionar para derivar esfuerzos de los agentes a Medellín, Argentina e incluso a Europa. Al cabo de tres meses, los hermanos Oviedo se habían quedado solos en la pensión, los otros tres estaban despachados por Ricki y ellos estaban sin poder pagar la renta y sin posibilidad de volver. “ Lo que daría por unos mates con la Pocha” se lamentaba Cacho, el más sentimental. Pero Milito, siempre positivo, decidió encararlo al Ricki y resistirse a una cosa que le parecía que siempre terminaba mal. “ LLevatelo al gordo si querés, pero con nosotros no cuentes”, le dijo terminante. Cuando cayeron las torres los Ovidio empezaron a tener hambre, no les daba ni para el alquiler ni para comer. Esperaban que cayera un misil sobre Miami Beach, o que alguien se dignara a salvarlos.

Ese alguien fue, por supuesto Ricki, y Milito decidió comerse su orgullo. El plan para los tres hermanos que ideó Ricki fue simple. Solo tenían que organizar una fiesta y distinguir a agentes de la DEA de no agentes. A cada agene de la DEA había que meterle un cianuro en un trago especial que se prepararía esa noche, con cuidado de no contaminar a los que no fueran agentes. La cuestión era dislucidar quien era agente y quien no, ese encargo lo resolverían Milito y Cacho.

El gordo se encargaría de los tragos, eso según la óptica de Ricki era ideal, ya que garantizaría el resultado de lo que estaba buscando. El gordo no distinguió entre agentes y no agentes, puso cianuro en todos los vasos, incluso en los propios. A las cinco de la mañana la pocilga era un reguero de cadáveres. Ricki habló con Altamira para contarle que la semana siguiente seguirían con otro grupo de cordobeses, presas fáciles y confiables en el plan de distracción de la DEA trazado.

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