domingo, 12 de septiembre de 2010

L´Escala, Costa Brava: El pueblo al mediodia


























El pequeño pueblo del Mediterráneo aparece claramente dibujado en la línea de la Costa, justo al mediodía. Cuando el avión vira, ingresando en la península desde el Sur, para abrirse paso por el continente hasta el aeropuerto, es la primera silueta que puede divisarse con nitidez.

La idea de Forensen es hacerse unos días junto al mar. Abrirse la mente a nuevas experiencias, recuperando cosas esenciales. El medico sueco, Harold Forensen, ha estado enterrado en la nieve seis meses. Ha atendido pacientes en su despacho externo al Gran Hospital de Estocolmo, con la confianza que le han depositado sus pacientes y el gobierno sueco para una tarea que lo apasiona, pero que lo ha agobiado.

Fue el invierno mas largo que se recuerda en Europa desde que alguno tiene memoria. Los tifones arrancaron barcos, se llevaron puentes y paseos, incluso en el Mediterráneo, que ahora parece calmo como una melodía. En Suecia, normalmente preparada para la adversidad, la gente padeció falta de luz y de agua durante meses, se interrumpieron el tráfico, los trenes, los viajes. Y ahora, ya empezando el otoño, aquello parece parte de otra historia, de otra era. El verano ha sido bueno y es tiempo de disfrutar los últimos destellos de bonanza. Forensen sonríe a la azafata del low cost, que le ofrece un caramelo y una gama de cafés a la carta, de pago. Es morena y sostiene su mirada, que lo atraviesa con ojos que reflejan el cielo y el mar. Ella no parece demasiado preocupada por el destino del planeta, de ese vuelo, ni del de Forensen en particular.

Ahora se ven por la ventanilla los barcos anclados con sus velas, la gente vestida de blanco y negro con pañuelos rojos, la enorme paellera conteniendo la fideua, las bolsas de sal, el naviero grande anclado frente al puerto. La gente bailando junto al puerto pesquero y agolpándose alrededor la gente abrazada, esperando su turno para entrar en una ronda que se agranda todo el tiempo. Las mujeres están tejiendo en la arena y los hombres con camisas blancas bajan sacos al hombro. Puede distinguirse un grupo de marineros acercando un barco a la cala, tirando de la cuerda. Otro grupo se agolpa junto a un pequeño velero en la playa, extendiendo las redes. La costa Mediterránea, transparente, “demasiado cerca” piensa el medico en sueco, “demasiado cerca”, se dice y la azafata también mira por su ventanilla con esos ojos cristalinos. El mástil de un barco que seguramente ha traído la sal desde Baleares a ese pueblo, casi toca el ala del avión.

El medico esta totalmente inclinado sobre su ventanilla. “Si es solo un vuelo low cost” , piensa. En Estocolmo la niebla cubría la pista y los fiordos se alejaron enseguida, junto con la silueta de la ciudad. “Ahora todo se agranda mucho, demasiado” piensa Forensen y alcanza a ver el rostro de las costureras, el color de la piel de los pescadores, sus camisas blancas, sus sombreros rojos.

Harold Forensen nada junto a los pescadores. Ellos han salido muy temprano de su pueblo en la cala en busca del atún, del mero, de la merluza, la sardina y la anchoa. Los barcos pesqueros le pasan rozando. Es tan importante la primera bocanada de aire que respira que vuelve a hundirse. Y bajo el agua ve las redes y los peces atrapados. Los pescadores están ocupados y aunque gritara cuando vuelve a emerger no lo oirían. Cuando logra salir y dejar de boquear, ve la mujer en la arena, no tan lejos. Es lo primero que Forensen ve antes de tomar la decisión de nadar. Esa mujer, que se parece a la azafata.

Forensen despierta con una cabeceada y se explica todo en una milésima de segundo. El sol cae sobre la península y el agua empieza lentamente a hundir el avión. Forensen quiere alejarse rápido del manojo de maletas, sangre y metal que ha dejado el impacto. Los pescadores no han apartado la vista de las redes, concentrados en terminar para regresar antes de que caiga la tarde al pueblo y termine la fiesta. Forensen se va despertando de un sueño reparador y breve a punto de aterrizar en el aeropuerto, acaban de pasar las islas, ya es hora de descender se dice, repitiendo las ultimas palabras del anuncio.

Braces hasta la costa, hay una mujer que identifica junto a los pescadores, borrosa, la percibe desde sus ojos empapados. La mujer parece estar aprendiendo a tejer. “Es identica a la azafata” piensa Forensen, como si esa fuera una tarde en el pueblo y hubiese decidido quedarse alli toda la vida. Olvida el entumecimiento de su cuerpo, el dolor en la nuca y el silbido que se escucho cuando el avión golpeo el agua. Desde el mar, muy cerca, se escucha el canto de aquellos bailes y se ve la silueta de la gente moverse. El viejo sonido del cuerno anuncia a los pescadores regresando, sus ofrendas y su ritual compartido hoy que es un día de viento calmo. Junto al enorme mástil del velero yace el capitán de la nave, “tal vez ha habido una confusión” piensa Harold, ¿de que capitán estamos hablando?”. Y la masa de metal se hunde. Forensen se aleja, ahora que ha recuperado el aliento, de la fuerza centrifuga de esa bestia que todo lo arrastra hacia el fondo. Intenta cruzar el pequeño estrecho que lo separa de la cala y del pueblo. En este día festivo la gente esta sumida en la música embriagadora. Danzas ancestrales de comunión y sencilla armonía compartida. Los pescadores recogen rápido, para volver temprano. Nadie se percata de Forensen cuando casi desnudo pisa la arena y se acerca al fogón para recuperar algo de calor. Alguien le acerca una camisa blanca, una chaqueta negra y parece uno más del montón. La enorme nave low cost se hunde en el horizonte, Forensen la contempla, esta al otro lado. Ha nadado un trecho largo. Es inútil que intente llamar la atención de los lugareños, todos los pesqueros ya se acercan a la playa y los pescadores descienden cargando sacos de sal y cubos llenos de pescado. Todo el mundo esta ocupado en llevar a cabo el trabajo y sumarse a la fiesta. Ahora que cae la última luz en la bahía se confunde con los palos del barco naviero que ha traído la sal y con las pequeñas velas que regresan. Bajo el sol del otoño, Forensen contempla aquel pueblo que festeja algo, tal vez la independencia, o un sueño de libertad. El sueco no entiende su idioma, ni la razon de la alegría y la melancolía de ese pueblo. Forensen no quita la vista del horizonte, donde unos botes de goma parecen acercarse a lo que queda de la masa de hierro y mira en dirección a la explanada de los bailes, donde se ha montado una tienda a la que todos se acercan en busca de un plato de fideua o pescado. La mujer, igual a la azafata, parece mirarlo desde la explanada. Al cabo de un tiempo le acerca un plato de sardinas, de los que se sirven en la fiesta del pueblo. Tal vez fue ella la que le presto la ropa. “Me llamo Anna” , le dice. “¿Y tu? “ Forensen se ensucia los dedos con las pequeñas espinas, saboreando la sal y el pescado fresco, recién traído del mar. No deja de mirar el horizonte, hasta que la noche se traga definitivamente lo que queda de aquella mole en el fondo de la bahia y no quedan rastros de supervivientes. Forensen mira los ojos de la mujer que se ha quedado sentada a su lado y otra vez, en la oscuridad, aparecen los colores del cielo y del mar que lo han acompañado mientras nadaba hasta ese pueblo en el Mediterráneo. “ Harold Forensen” dice y sus palabras son tragadas por la música embriagadora que hace bailar al pueblo, detrás de los barcos iluminados con antorchas y los pescadores, felices de haber regresado a su hogar. “Me llamo Harold Forensen”, dice en sueco, y la mujer le sonríe.

1 comentario:

Jorge Ramiro dijo...

Me interesa mucho el turismo y por eso trato de viajar constantemente. Averiguo en internet sobre promos que hay y por eso trato de siempre viajar al mejor precio. Este año tenia ganas de obtener Vuelos a Colombia para disfrutar del país cafetero