miércoles, 13 de agosto de 2008

Altea

Luz y sombra

Una luz extraña se cierne sobre Altea. Los peñones han mudado sus tonos, se han hecho leves como la tarde y los dejos de blanco les quitan imponencia. Los hacen suaves como nubes, a pesar de ser rocas milenarias, piedras de arena. No se sabe si es amarillo o gris ese peñón, lo cierto es que el mar ya puede extenderse a su alrededor, puede envolverlo con esa calma que no precede a ninguna tormenta. Aquí no habrá tormenta, solo habrá esta luz que muda a cada instante.

Los espectros que han bajado a la rambla y contemplan el espectáculo de la tarde, esa luz, están inquietos. Son dos personajes que vuelven de una mala película. Se han duplicado, en realidad son un solo espectro. Conversan sobre cosas y ahora tienen que ver a Babette. El restaurante de Babette está a unos metros de la playa de roca blanca. A este pueblo se lo ha comido la crisis de la humanidad. La última crisis, la que ha dejado el mundo sin artistas y sin nada que decir.

- No hablemos de crisis inmobiliaria- aventura uno de los espectros.- Hablemos de crisis de un modelo de vida.

- Los rusos nos vendrán a salvar, tal vez también los chinos. Tendremos que aprender chino, pronto.- dice el otro espectro.

El sol, que observa a los espectros desde el otro lado del peñón, los ve como pequeñas almas en pena, intentando comprender la tarde desde el vacío. Ahora se han sentado en lo de Babette, quien está de muy mal humor. Tiene un pésimo día, está harta de la vida que lleva. Catorce horas seguidas atendiendo un pequeño restaurante junto al mar no son poca cosa. Hacer eso todos los días del año no tiene sentido.

- Trabajo 365 días al año. ¿Qué quieren de mí?

- Que nos acompañes – dice uno de los espectros.

Babette mira a los personajes con escepticismo. Le parecen pintorescos, oscuros. Ella también es así. Sus ojos no guardan rencor, son hermosos. Tiene una boca que parece una pintura de Bodigliani. Rafael Bodigliani reside en el pueblo viejo, tiene un taller donde invita a las damas de Altea para pintarlas. Aún no ha pintado a Babette.

“Merecería ser pintada por Bodigliani” piensa un espectro mientras ella lo mira. El otro espectro está tratando de explicarle algo, balbucea.

- Únete a nosotros Babette, te haremos feliz. Tu restaurante está bien, la cocina mediterránea, el sabor de los productos del lugar, el pescado y el aceite de oliva, ya sabemos todo eso. Pero es mucho mejor ser espectro. Nadas en la luz y si alguien te pregunta algo, puedes remar contra la corriente y escaparte hacia el peñón. Al final somos todos luz, ¿no crees?

- No, responde Babette. Altea fue en un tiempo la capital de Atlantis, la ciudad perdida. Pero ya no lo es. Ahora está a merced de la especulación inmobiliaria.

- Hemos venido a salvar el espíritu de Altea- contesta el otro espectro, cuando sale de la fascinación por su boca. Está loco por ella y no sabe como decirle que la ama.


- El espíritu de Altea no tiene salvación. Nadie puede salvar este lugar. La gente del lugar seguirá comiendo arroz, de espaldas al mar.- dice Babette contemplando el peñón.

- El mar es tan bello que merece ser visto, al menos una última vez, como lo estamos haciendo hoy aquí. – aventura el espectro más racional, sin ninguna convicción.

- Tengo cosas que hacer, debo dejarlos ahora.

- Si nos dejas nos perderemos. Seremos luz y tal vez nadie nadie nunca más nos vea.- dice el otro espectro, un poco más convencido.

- Ese no es mi problema- Su mirada no es dura, sino irónica. El espectro enamorado no deja de contemplarla. Ahora son sus ojos los que lo han atrapado.

- Queremos que estés con nosotros. Que dejes tu forma humana. Somos amigos de Bodigliani…- un espectro mira al otro como diciendo: eres un fantasma, deja de hablar que ella no quiere escuchar.

- Sí, la próxima vez invitaremos a Bodigliani a comer y tal vez te inmortalice. Te podría pintar junto al mar, con alguno de tus platos y serías feliz.

- Bodigliani ha venido por aquí, es un ser adorable. Pero ahora debo preparar un banquete, gracias por la visita.

Los espectros caminan por calles húmedas y tristes, sumidos en un calor bestial. Son los días de julio en que la luz comienza a esconderse más temprano, en que deja de abrirse el espíritu de la primavera para entrar, sin que nadie se percate, un otoño en el más claro espíritu del verano. Ahora los espectros están tomando una copa en una plaza junto a la iglesia. La cúpula recuerda a alguna mezquita. Como habrá sido este pueblo cuando era árabe. Tal vez la gente usaba el agua y el blanco para protegerse de unos veranos como este. Los espectros no sienten el calor. Solo pretenden esfumarse, pero no lo logran hasta que no desaparece el último vestigio de luz. La oscuridad le gana la batalla a Altea. El viejo espíritu de Atlantis se esconde en la noche tropical. Este es un lugar intermedio. Aún no ha terminado de caer, no ha sido devorado, no se ha perdido. Pero cuando los espectros se pierden por falta de luz, hay aún menos esperanza que cuando Babette puso su restaurante, enamorada del mar y del peñón.

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