miércoles, 13 de agosto de 2008

Miami

Cherokee

La historia de la fortuna ideada por José Camilo Pacheco Junior termina en una calle de Hialeah, donde finalmente ha conseguido residir luego de mucho deambular por la zona Sur Oeste. Se ha comprado esta casita con la herencia de sus suegros, ahora tiene una amante en Aventura, Yamila Parker Stevens. Yamila estaba casada con un petrolero saudí- colombiano, pero ahora está dispuesta a darlo todo por él. José Camilo tiene como oficio producir Walk In Closets. O lo que es lo mismo, vestidores. Pero si logra resolver lo que le espera en los próximos minutos, nunca más tendrá que conformar a alguna clienta gorda y caprichosa del distrito judío de Pinecrest. No, solo tendrá que vender esta propiedad, fruto de una ingeniosa maniobra y mudarse a Aventura con Yamila. Tal vez también tenga que enfrentar a su ex marido, pero eso es salvable. Ha adquirido también con el dinero de la herencia un Jeep Cherokee de segunda mano que siempre está a punto de incendiarse. Sus grandes patonas permiten que el vehículo se aferre al asfalto de la 826 sin derrapar, aún en las tardes de más espantosa lluvia tropical de Miami. Pero el defecto fatal de este vehículo se verá compensado por el Mercedes 92 que Yamila le ha prometido apenas logre terminar lo que tiene delante. José Camilo ha tomado un atajo para llegar a su casa y ahora se enfrenta a un par de escollos difíciles de resolver. El primero es el cadáver de su suegra. Ha estado allí unos días, en descomposición, es cierto. No se arrepiente de haberla matado, eso era inevitable, se arrepiente de haberlo ocultado ahí. Aún no sabe José Camilo que hacer con él, con ese cadáver. Ha tenido que matar a su suegra luego de una agria discusión. Se había hecho un acuerdo familiar, pero nadie estaba dispuesto a respetarlo. Salvo José Camilo Pacheco Junior, que dijo que sin duda su suegra debía reintegrarles el dinero de la herencia manifestado en el testamento de Fabricio Pedro Achával Bernardez. Indudablemente hacer un seguro de vida a nombre del difunto había sido una magnífica idea de los tres, de su suegra, su ex esposa y suya. Pero su suegra se había puesto tonta y con su ex tuvieron que tomar la decisión. Había sido un error hacerle el sucio encargo al amigo de su hermana. Para nada había demostrado profesionalismo en el acabado del trabajo. Pero lo del seguro de vida había estado bien. Ahora Yamila Parker Stevens, su amante, podría obtener su parte y su ex mujer podría reclamar lo que le correspondía de herencia de los suegros. Lo que no encajaba era que hacer con el cadáver de la suegra que el descuidado amigo de su hermana había dejado sin ocultar. Ni con el coche aparcado en la puerta del 72 de la calle 53 de Hialeha, ese vehículo rojo con patente de Denver que se detiene al frente en este preciso instante. Indudablemente es un detective de la compañía de seguros que viene a husmear la casa. Y ahora otra vez la Cherokee se ha recalentado. Horriblemente, al punto que una llamarada roja se asoma desde el capó, con un bramido espantoso. A solo cien yardas de su domicilio, la Cherokee desfallece y José Camilo Pacheco Junior sabe que no llegará a salvar ninguno de los dos escollos. El detective verá el cadáver en la casa, la Cherokee se incendiará y no podrá detenerlo. José no solo tendrá que volver a hacer vestidores luego de una larga temporada en prisión, si es que no lo ejecutan por homicidio agravado. Si es que sale tendrá que resignarse a que la Cherokee sea reemplazada a lo sumo por una Dodge Caravan en peor estado, posiblemente con la correa de distribución rota, alto tan difícil de arreglar como el calentamiento del Jeep.

Harry Belafonte Junior no era un tipo fácil. Se le podía adivinar en la mirada que en algún momento se retobaba, miraba de reojo y daba una estocada difícil de digerir. Empezaba siendo generoso, familiar, fiel a sus orígenes en la remota Sicilia. Luego se tornaba dulzón y sentimental. Y cuando llegaba el momento del pago se echaba para atrás de cuanta había dicho, hasta llevar las cosas a un extremo insostenible, intentando manipular la situación para dejar al otro parado en la peor situación imaginable.

Final de la tarde en South Miami

Así empezó todo. Mejor dicho, así terminó todo. Era una tarde gris en South Miami. Douglas el peluquero había explicado lo suyo, es decir, tampoco podía pagar ese día. Así que me dirigí al restaurante de Harry, en la esquina de la calle 4 y US 1, allí donde se han puesto unos locales medianamente aceptables en una ciudad decente, en medio de la nada, como lo es South Miami. Pinecrest es el distrito que vale y lo otro es basura, Cuttler Ridge, Homestead, zonas castigadas una y otra vez por la pobreza haitiana y los huracanes Quería cobrarle a Harry, tenía los recursos para pagar por mi trabajo de protección, otras veces lo había hallado en su humor melancólico y me había pagado sin problemas, solo porque le recordaba algo de su tierra. Un patrullero de la ínfima ciudad, con la inscripción South Miami Police se había detenido a pedir unas pizzas en lo de Harry, así que me encontré discutiendo el asunto con Harry teniendo de testigos nada más ni nada menos que a los agentes del orden del distrito. Harry estaba con su ánimo dulzón, cortando las pizzas, con un enorme delantal blanco manchado de grasa, sosteniendo una fuente con mozarella y hongos, tratando de mantener el orden en una cocina caótica que por momentos lo rebalsaba. En una mesa, en una esquina, estaba su madre, al lado su tía, ambas vestidas de negro, señoras delgadas y enjutas que vociferaban en italiano cosas incomprensibles. Al fondo de la cocina estaban sus tres hermanos, amasando. Harry cocinaba la mozzarella por separado y se afanaba por hacer unos calzoni espectaculares en un verdadero horno de barro. Todo terminó con un comentario sarcástico que lancé sobre Genaro Cuestas Rigazzi, el capo de la zona, un amigo íntimo de Harry que le había encargado varios banquetes. Solo dije que Genaro me parecía un tipo sucio. Solo dije que los que no me pagaban, entre ellos Genaro, me parecían sucios y que no iba a trabajar más con él. Fue todo lo que dije.

-No te metas con Genaro, es mi amigo- dijo Harry y me dio la espalda. Cuando giró de nuevo su rostro estaba desencajado. Los conflictos entre las personas deben permanecer en la intimidad. Sobre todo si viven en el mismo distrito. Me dí cuenta tarde. Asi fue como conocí la faceta oscura de Harry. Sus dos tías se incorporaron y salieron en la tarde húmeda de South Miami , los policías se largaron sin más y me quedé solo con él, cara a cara. Pero ya no era el Harry de una dulzura impostada y desagradable. Era mucho peor que eso. De pronto me quedé frente a él y a un guiño trajo a sus tres hermanos al front desk. Por alguna razón dejaron de entrar clientes, estos tres dejaron de amazar y de avanzar con su faena y se dedicaron a mirarme. Solo me miraron, como quien mira a un extraterrestre. Y Giorgio, hermano de Harry, le preguntó:

- Qué ha dicho este de Genaro? Dime

- Ha dicho que Genaro es un sucio.

Tal vez cultivan el arte de la telepatía, pero en ese preciso instante cruza Genaro la puerta del local, los tres hermanos de Harry, Giorgio, Bruno y Lucchesso, se transforman en masa, Harry se convierte en Mozzarella. Y yo me doy cuenta que nunca más voy a salir de ese restaurante.

Llegar a América

Emerson López lo tenía bastante claro. No había venido a América para perder. Perdedores eran los que se habían quedado en Villa Fiorito, Villa Lugano y Pedregal. Perdedores eran los que habían muerto en algún “enfrentamiento” con las fueras del orden. Emerson había llegado para ganar. Y estaba ganando, al menos de momento. Al menos tenía su local en la calle 42, entre Miami y Coral Gables. Tenía su negocio establecido para colocar parquet en las casas de los alrededores. Parquet plastificado, del mejor, su amigo Litúrgico Juárez le había agenciado la representación. Emerson había vivido feliz un par de años. Luego de lavar copas, presentarse en cualquier jardín y cortar el césped, limpiar baños e ir a prisión por conducir ebrio, aquello era lo más cercano a la salvación. Litúrgico lo sabía, solo él sabía por que había hecho eso por Emerson. Y Emerson tenía bastante claro que alguna vez las cosas serían distintas. Y aparentemente ese momento había llegado. Porque Litúrgico ( Emerson nunca se enteró si ese era su nombre o su apodo) había llegado con un par de amigos a conversar con él ese mediodía en el bar cubano de la esquina. Pidieron arroz con frijoles. El mediodía estaba caliente, como el asfalto y la morena que servía el café mostrando lo exuberante. La temperatura no estaba controlada adentro. A pesar de la ley, todos fumaban en el antro, localizado justo en la esquina del mall, al lado de los coches aparcados. Entraba mucha gente ahí, es que el arroz con frijoles y el pollo frito que hacían parecía mejor que el de el puesto de venta de la cadena La Carreta, 500 metros más adelante. Litúrgico fue al grano. Quería dinero rápido y la forma de hacerlo era extorsionando a la Vieja Stachioni. La Vieja era un camarada de Villa Fiorito. Sabía de él que al principio a duras penas había vivido de la venta de helados en South Beach y que ahora había ascendido. Emerson no quería, básicamente, tener nada que ver con él. Todos los otros camaradas de Villa Fiorito habían muerto en el Sur. No habían podido llegar a hacer lo que Emerson se animó a hacer: irse. Llegar a América. Quedaban algunos de Villa Lugano y Pedregal, pero que importaba que hubieran llegado hasta aquí. Lo importante era mantenerse lejos. Por eso cuando Litúrgico le habló de la Vieja Stachioni a Emerson López lo único que le salió del alma fue:

- Ni loco.

Los amigos de Litúrgico no parecían muy amables, ni estaban de mucho humor para jugar al dominó y a los dados, juegos que se practicaban en ese bar. Un viejo cubano lo miró de reojo mientras movía una ficha, como apiadándose de él. . No quedaba mucho tiempo. Uno de los amigos de Litúrgico, un tipo gordo con una chaqueta negra de cuero que desafiaba el calor sofocante, con la cara sonrosada y atravesada por un tajo, lo cogió suavemente por la muñeca mientras el otro le pagaba la cuenta a la morena. Se lo llevaron en el Plymouth de Litúrgico a la intersección de la 8 con la 16, en pleno Miami y lo dejaron con la muñeca dislocada frente a un hogar de homeless. Emerson pasó la noche ahí y al día siguiente pasaron con un Taunus gris y lo embarcaron en Fort Lauderdale. Es que la vieja Stachioni había llegado demasiado lejos, hasta se había agenciado una casa y un barco en Fort Lauderdale y los federales ya estaban tras su pista. Había que sacarle lo que tuviera antes de que la cosa no diera para más. Cuando vio el primer tiburón, lo único que pensó Emerson es que nunca había navegado por esos canales, que nunca había podido mirar barcos tan grandes de cerca y que valía la pena haber venido a América para disfrutar del Caribe de esa forma. Luego apareció el velero de Stachioni y las cosas salieron muy mal. Stachioni no era Stachioni. Emerson quiso retroceder y largarse. Pero el grandulón simplemente lo empujó al agua, donde quedó a merced de los tiburones, pensando en el mar cálido y en lo bueno que había sido dejar Pedregal.

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